Ya cumplí 40 años y pienso en mi travesía por este mundo. Cuando muera espero al menos sentirme como un ser humano respetado y no suspirar por los derechos que nunca tuve, como hasta ahora.
Cuando el Congreso rechazó el proyecto de Unión Civil, tras una sesión de más de tres horas, agotadora, por el maltrato que recibimos lesbianas, gays, transexuales y bisexuales peruanos, dolió, indignó, pero también ha hecho que nuestra fuerza crezca.
Sabemos que Julio Rosas, Humberto Lay, Martha Chávez, Carlos Tubino, y otros más, actuaban y actúan según sus consignas religiosas, lo que es injusto e imparcial en un estado laico y cuando la religión es la férrea opositora de los derechos de los LGTBI así como de las mujeres. A ese Congreso agresor, por supuesto, que ahora tendrá 73 parlamentarios fujimoristas, hay que sumarle el Gobierno mudo y un Poder Judicial homofóbico. 3 a 1, el suelo nunca está parejo.
Cada vez que un político se refiere a nosotros los LGTBI con desdén, con odio, es una manifestación de violencia en vivo y en directo, a través de canales de televisión, radios y redes sociales. A nosotros, a los que llaman “antinaturales”, se nos compara con delincuentes y se nos asegura –desde el Estado- que somos parias ante el mundo, que no merecemos ni tenemos familia y que provenimos de una suerte de castigo divino. El Estado nos obliga a la orfandad.
Alguien se imagina cómo es vivir 20, 30 o 40 años sintiendo que su país es un lugar extraño en el que todos los días se te insulta, se te dice que no puedes expresar tu cariño, que no debes vestirte de cierta manera, se te prohíbe ser y desear. Son tantos años de tortura y tú solo quieres vivir en libertad como todos los demás. Estoy cansada, tengo una indignación permanente que no se cura. Cuando el Congreso rechaza la Unión Civil lo que hizo no fue defender a una ‘familia natural’ que no es real porque hay miles de familias que no se constituyen con papá y mamá y son exitosas; lo que hizo fue decirle a miles de ciudadanos que no existen. Eso, es discriminatorio y anticonstitucional.
Alguien se imagina cómo es vivir 20, 30 o 40 años sintiendo que su país es un lugar extraño en el que todos los días se te insulta, se te dice que no puedes expresar tu cariño, que no debes vestirte de cierta manera, se te prohíbe ser y desear.
Pero a pesar de ser anticonstitucional nadie grita, nadie más que nosotros, dice: ¡Basta ya! ¿Dónde están los que defienden las supuestas injusticias sociales? Solo cuando afecta el trabajo y la seguridad van a las marchas, luego la vida continúa entre el shooping y la playa. Y, claro, con escribir una frase bonita en Facebook y Twitter, pero no queremos eso, lo que necesitamos es que amigos, compañeros de trabajo, pasen de las palabras a la acción y marchen con nosotros. Que se indignen y confronten a quienes nos gobiernan, porque lo único que funciona en este país es la presión, que sepan que cometen errores y que deben subsanarlos.
Yo tengo 40 años, otros apenas a los 10 o 12 ya están hartos. Un niño se suicidó en Iquitos el año pasado porque su familia no aceptaba su orientación sexual. Zuleimy, una transexual de Trujillo de 14 años fue asesinada hace menos de un mes y todos los medios de comunicación repararon en su muerte apenas después de la masacre en un bar LGTBI de Orlando, Estados Unidos. Esa muerte como otras miles, crímenes de odio, son entera responsabilidad del Estado que nos mantiene al margen. Que no se hagan los locos el presidente de la República, los ministros, los 130 congresistas, jueces, fiscales y medios de comunicación. Lesbianas, gays, transexuales son asesinados a diario sin que alguien se inmute porque somos invisibles en esta nación homofóbica.
En la época del conflicto interno, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru ejecutó una ‘profilaxis social’ que apuntó a homosexuales. Nadie se ha interesado por recuperar esa memoria. Y la violencia que antes ejercieron grupos terroristas y fuerzas del orden se sigue perpetrando, de otras maneras, desde el Estado.
Qué significan estas muertes cuando en los medios de comunicación nos enseñan la indolencia en el desayuno, el almuerzo y la cena. No significan más que números, o sea nada.
Mientras tú trabajas, alguien se muere o ya murió en manos de un homofóbico u homofóbica. Ahora no bastan discursos de tolerancia. Lo que el Estado nos debe son derechos. Nos debe considerarnos en el Plan de Derechos Humanos como en el Plan Nacional contra la Violencia de Género 2016 que aún no se aprueba.
Si no es capaz de protegernos no nos representa. Somos los parias de un mundo indiferente al que ahora tenemos que obligar a mirar. Van saliendo del clóset varias figuras públicas. Bienvenidos en el nombre de aquellos que no pueden hacerlo aún. Los que podemos dar la cara, nuestra voz, nuestro aporte desde lo que sabemos o nos gusta hacer, tenemos la obligación de luchar. Para que nadie más muera. Para que todos seamos libres para amar.