¿Dónde está Arquímedes?, era la pregunta recurrente de Mamá Angélica. La misma pregunta le hizo a las piedras que levantaba en las cuevas, socavones, campos y caminos de Ayacucho durante 34 años. Y esa pregunta aún ahora que ha muerto a los 88 años queda en el limbo, porque aún cuando se logró la sentencia del caso de la matanza en el cuartel Los Cabitos, la respuesta nunca llegó. Al funeral en Ayacucho y homenaje en Lima han llegado de todos lados mujeres y hombres que aún ansían respuestas, esos funerales a los que llegan con el rostro gris se parecen a las constantes movilizaciones que ella lideró en la búsqueda de memoria y justicia.
Angélica Mendoza o “Mamá Angélica” llevó a todas partes la foto de su hijo y el pedacito de papel escrito por su hijo tras su detención. “Después de 15 días me llegó un papelito, allí, mi hijo me decía: “Mamacita estoy aquí, me están deteniendo en vano, consigue plata y busca a un abogado, para que me pasen al juzgado”.
Mamá Angélica es una heroína de la democracia y su lucha la ha convertido en un símbolo contra quienes quieren negar la historia, borrar la memoria y consolidar la impunidad. Su entierro coincide con la fecha en que la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró ‘Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas’. Ha muerto el lunes 28 justo cuando se cumplían 14 años de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). La creación de la CVR fue impulsada por un proceso de varias campañas a nivel nacional, realizadas por organizaciones de derechos humanos. La Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecido del Perú (ANFASEP) participó activamente en las campañas, tanto en Ayacucho como en Lima. Contribuyeron con su testimonio y el de cientos de mujeres que buscaban a sus hijos, hijas, hermanos, esposos. Así de simbólica es la vida y la muerte de esta mamá grande que durante los años más feroces del conflicto armado y interno no tuvo miedo de enfrentarse a las fuerzas armadas, ni al gobierno fujimorista.
Aún ahora la muerte de Mamá Angélica es un símbolo de memoria que debe haber caído como una merecida cachetada al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. La mujer que ha mantenido viva la lucha por memoria y justicia murió en medio de una coyuntura de avalancha de críticas a los ministros Fernando Zavala y Salvador del Solar, quienes piensan que el Museo de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social (LUM) “no debe ofender, polarizar ni atacar a nadie”. Esa es la lógica de la impunidad contra la que Mamá Angélica siempre luchó.
Para conocer la historia de esta mujer, a la que se podía reconocer de lejos por su sombrerito, su caminar pausado, su testimonio contundente, cargando esa cruz de madera que decía: “No matar”, hay que saber que fundó la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecido del Perú (ANFASEP), que impulsó y fundó el Museo de la Memoria “Para que no se repita” en Ayacucho, que fue construido entre 2004 y 2005. Seguro que si a Mamá Angélica algún ministro o el propio presidente le hubieran dicho que ese museo tenía que tener una “mirada abierta” y que no puede “ofender a nadie”, les hubiera hecho frente y aleccionado. La memoria no puede ser una media verdad, un relato acomodado. Con la verdad no se puede bajar el tono como en las películas, la verdad es incómoda porque es única.
¿A quién incomoda la verdad?
En la historia de ANFASEP publicada en su página web se recogen testimonios y datos, por ejemplo: “(…) En 1992 el gobierno del presidente Alberto Fujimori le acusó de ser embajadora del terrorismo senderista, por lo que tuvo que vivir dos años en la clandestinidad en Perú hasta que la denuncia fue desestimada por el Poder Judicial”.
Mamá Angélica había visto demasiado, sabía demasiado y ello casi le cuesta la vida. Lo narra en uno de sus testimonios en el libro “Hasta cuando tu silencio”, publicado por ANFASEP.
“Un día fui a Puracuti, había un socavón, de allí estaban saliendo moscardones, entonces inclinándome llamaba: “Arquímedes”. Entonces, cuando estaba llamando, ¡bam!, me pasó una bala por encima. En esos tiempos aún no había casas por ahí, era una loma limpia. Cuando vi hacia arriba, el lugar estaba lleno de militares y me gritaban: “¡Carajo!, ¡mierda!, vieja, sal de allí, sal de allí o te voy a matar”. “¡Mátenme mierda!, dónde está mi hijo”, respondí, ya había perdido el miedo a morir”.
“Con otras personas, fui a Qaqarumi, allí encontramos como 25 o 30 cadáveres, casi todos estaban sin cabeza. Luego llevé al Fiscal, a los investigadores, allí les pregunté: “Señor, ¿dónde están las cabezas de estos cadáveres?”. Me respondieron: “Qué habrán hecho los terroristas, tus compañeros”. Queríamos traer los cadáveres, pero nos negaron, entonces, esa tarde los dejamos allí. Al día siguiente, a las demás señoras les dije: “Pueden ir a reconocer, los cadáveres están con ropa, de repente son sus familiares”. Cuando fueron, ya no había ni un cadáver, ¡ni uno! Esa noche los habían desaparecido, a dónde se los habrán llevado. Sospecho que desaparecieron porque eran los mismos militares los que los asesinaron”.
En los relatos recogidos en el libro también figura: “La Iglesia Católica, a nivel nacional, levantó acciones contra la violación de los DDHH; pero no fue así en Ayacucho. Ni el Arzobispo Federico Richter ni su sucesor Juan Luís Cipriani atendieron o acompañaron la labor de ANFASEP. Hubo momentos en que ni siquiera quisieron realizar una misa para la asociación”.
La sentencia del 18 de agosto del juez Ricardo Brousset confirma que el cuartel Los Cabitos, Ayacucho, fue un campo de exterminio en los que se torturaba, asesinaba y desaparecía los cuerpos de los detenidos. Tras 12 años de proceso, 7 horas de una extensa lectura de sentencia que además se hizo de madrugada -lo que abona a esta siempre truculenta forma de que la ciudadanía no se entere de lo que pasa-, la Sala Penal Nacional dictó sentencia contra los procesados por tortura, desaparición forzada y ejecución extrajudicial de 53 personas en Ayacucho en 1983.
Pedro Edgar Paz Avendaño, jefe de inteligencia recibió una condena de 23 años de cárcel tras ser señalado como autor mediato en el crimen de Luis Barrientos Taco y de la desaparición de Arquímedes Ascarza, el hijo de Mamá Angélica, entre otros. Humberto Bari Orbegoso Talavera ex jefe de cuartel Los Cabitos fue condenado a 30 años, pero no se presentó y fue declarado reo contumaz. El Estado peruano ha sido declarado tercero civil responsable al probarse que los militares recibieron órdenes superiores.
A pesar de todo lo contado, que es solo una parte de una larga lucha de más de tres décadas, mirar el rostro de Mamá Angélica es pensar en los más de 15 mil desaparecidos en el Perú y sus familias. Es pensar en ese hueco que debe ser la vida sin respuesta y seguir preguntándonos por todos ellos y ellas ¿Dónde están?